Beata Beatrix, Dante Gabriel Rosetti. |
Todo el día fue el deseo de
verle, durante el trayecto aún soñoliento de la mañana, en las prisas cuando
llego tarde, en el aburrimiento de las clases, en los momentos vacíos, entre la
multitud hostil y ajena, en el frío y el calor extremos.
G. dijo en clase: _La
castidad y el tantra son dos motores bestiales para el ascensus del alma. Pero hablo de castidad en un sentido más hondo
que el carnal.
Me conmovió haber sabido esto
de antemano, no sólo porque mi confianza en el poder revelador de la carne es
infinita, sino porque con él he podido constatarlo tantas veces, llegar a ese
refulgente límite de la nada donde todos los sentidos se saturan y la
consciencia se desmaya. Tal vez porque con él ocurre no sólo el hambre
insaciable del cuerpo sino la afinidad espiritual más honda que he encontrado
nunca. Es una conjunción que se da cada cientos de años. Cuando follamos sé que
bordeo con los dedos el círculo del conocimiento, que el impulso erótico, es
decir, ascensional, me precipita a los oscuros lugares del saber. A la ceguera.
El resto de las clases apenas
tuvieron interés. Yo mientras tanto pensaba en todas las pasiones de Anaïs que
había estado leyendo en el metro, en todo lo que desearía hacer con él, y sobre
todo, lo que desearía SER para él. Recuerdo el último fin de semanas y las
horas que pasamos en su cuarto, cuando Anaïs escribe: “Hoy no puedo trabajar
porque las sensaciones de ayer están prestas a caer sobre mí desde la suavidad
del jardín. Están en el aire, en los olores, en el sol, en mí misma, como la
ropa que llevo. Amar de esta manera es excesivo. Necesito tenerlo cerca en todo
momento, más que cerca, dentro de mí.”
Por eso de algún modo tengo
que confesar que me duele cuando me ve y parece que no pasa nada, que no ocurre
nada especial. Sé que la capacidad de asombro es tan preciada y desaparece
tan rápido, de modo que trato de cuidarla y conservarla, reviviéndola siempre, porque
quiero tener nuevo cada día el mismo deleite incontenible del principio, cuando
nada es seguro, el mismo precipicio al reconocer su silueta, su caminar, su
rostro. Sé que si pierdo eso me apagaré como una cerilla mojada. Por eso temo
siempre que haya dejado de maravillarse de mí, que ahora no sea más que otro de
los elementos cotidianos de su día a día. Es este el motivo de que intente
hablarle de todas las maneras y por todos los canales, de que quiera ser todas
las mujeres para él, y pese a todo tengo siempre miedo de no estar
consiguiéndolo.
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