mardi 11 octobre 2011

El ascensus


Beata Beatrix, Dante Gabriel Rosetti.




Todo el día fue el deseo de verle, durante el trayecto aún soñoliento de la mañana, en las prisas cuando llego tarde, en el aburrimiento de las clases, en los momentos vacíos, entre la multitud hostil y ajena, en el frío y el calor extremos.

G. dijo en clase: _La castidad y el tantra son dos motores bestiales para el ascensus del alma. Pero hablo de castidad en un sentido más hondo que el carnal.

Me conmovió haber sabido esto de antemano, no sólo porque mi confianza en el poder revelador de la carne es infinita, sino porque con él he podido constatarlo tantas veces, llegar a ese refulgente límite de la nada donde todos los sentidos se saturan y la consciencia se desmaya. Tal vez porque con él ocurre no sólo el hambre insaciable del cuerpo sino la afinidad espiritual más honda que he encontrado nunca. Es una conjunción que se da cada cientos de años. Cuando follamos sé que bordeo con los dedos el círculo del conocimiento, que el impulso erótico, es decir, ascensional, me precipita a los oscuros lugares del saber. A la ceguera.

El resto de las clases apenas tuvieron interés. Yo mientras tanto pensaba en todas las pasiones de Anaïs que había estado leyendo en el metro, en todo lo que desearía hacer con él, y sobre todo, lo que desearía SER para él. Recuerdo el último fin de semanas y las horas que pasamos en su cuarto, cuando Anaïs escribe: “Hoy no puedo trabajar porque las sensaciones de ayer están prestas a caer sobre mí desde la suavidad del jardín. Están en el aire, en los olores, en el sol, en mí misma, como la ropa que llevo. Amar de esta manera es excesivo. Necesito tenerlo cerca en todo momento, más que cerca, dentro de mí.”

Por eso de algún modo tengo que confesar que me duele cuando me ve y parece que no pasa nada, que no ocurre nada especial. Sé que la capacidad de asombro es tan preciada y desaparece tan rápido, de modo que trato de cuidarla y conservarla, reviviéndola siempre, porque quiero tener nuevo cada día el mismo deleite incontenible del principio, cuando nada es seguro, el mismo precipicio al reconocer su silueta, su caminar, su rostro. Sé que si pierdo eso me apagaré como una cerilla mojada. Por eso temo siempre que haya dejado de maravillarse de mí, que ahora no sea más que otro de los elementos cotidianos de su día a día. Es este el motivo de que intente hablarle de todas las maneras y por todos los canales, de que quiera ser todas las mujeres para él, y pese a todo tengo siempre miedo de no estar consiguiéndolo.



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